Dispensen mi ausencia, he estado enferma estos días.
Con la popularidad de Eduard Punset han crecido como setas en internet cantidad de divulgadores científicos, la mayoría de ellos no son científicos (son periodistas u otra clase de comunicadores). Eso no tiene nada de malo, de hecho algunos de ellos lo hacen muy bien y otros se han convertido en gurús con grandes egos.
Esta tendencia ha parido algo malo, un dogma que deja mal a la imagen de la ciencia: el escepticismo. El escepticismo surgió como algo inofensivo e incluso algo productivo: ridiculizar las creencias absurdas de la gente. Si bien, cada uno tiene libertad de creencias, los »escépticos» (como se hacen llamar) descubrían los timos que se aprovechaban de la ignorancia o la necesidad de creer en algo de la gente.
Hasta ahí todo bien, pero como buenos gurús, sea por popularidad o por rallar por todos lados con el tema, el uso abusivo del susodicho lo ha convertido más en un dogma que un medio para descubrir timos. Si la ciencia se caracteriza de carecer de dogmas y mantenerse al margen de todo, esta práctica mancilla su nombre. Ya sea porque te sales un poco del camino, porque prefieres tirar un poco de imaginación te tachan de magufo.
La actitud me recuerda mucho al fenómeno ‘‘fan», cuando uno o un grupo reducido de individuos es una figura aclamada por las masas, lo que siempre acaba dando un mal manejo de ese poder que se le ha otorgado al sujeto clave y los seguidores de este siguen sin pensar todo lo que el gurú en cuestión dice. El pastor y las ovejas, muy típico del comportamiento de los humanos.